Luego, por la mañana, cuando la radio me despierta con la melodía de resignación constante, me vengo abajo y empiezo el día, como puedo, más mal que bien.
Ayer tuve un sueño: un futbolista nacido en Fuenlabrada, no hacía anuncios de un refresco comercial jactándose de su mala pronunciación inglesa, cambiaba la Play por El Capital de Marx en las concentraciones y tachaba su profesión de elemento de un circo corrupto.
Esta mañana me levanto con sueño; dormí poco porque, la noticia de la retirada del fútbol de un chaval de 24 años, me mantenía en vela (esto y la siesta de 2 horas que me marqué).
No se retiraba por una lesión incurable, ni porque el míster de turno lo hubiera abocado al banquillo, ni porque los números fueran desfavorables en las últimas jornadas... Decía adiós porque estaba asqueado, y no podía seguir siendo partícipe de la contaminación de un deporte dopado por el dinero, el negocio y los medios, al menos en las categorías más elitistas.
Se declara antisistema, si es que tiene que encasillarse de alguna forma, pero lo que reivindica es un sentir cada vez más extendido, un hartazgo de este modelo consumista que aún nos encandila a todos.
La mayoría estamos de acuerdo en que esto no funciona, que nos han engañado y que queremos que todo vuelva a ser como antes. Coqueteamos con la utopía de vivir en el campo, con un huerto, con un progreso que no contamine, que no maltrate vidas, pero después de hacer saboreado las mieles del bienestar, ¿quién se atreve a dar el paso de renunciar a nuestra cómoda pero hipotecada sociedad?.
Se llama Javi Poves y él ya lo ha hecho.