lunes, 22 de septiembre de 2014

¿Y si fuera así?

Imagina un amor en el que cabeza y corazón se ponen de acuerdo a partes iguales.
Un amor sentido, un amor sensato.

Son los más fuertes; cuando la razón te muestra sin tapujos lo que a veces el alma tapa, cuando no hay trampas ni dobleces y, aún así, amas como nunca habías creído poder amar, no hay fuerza que se le resista.

Porque no es un amor de arrebatos, ni de despechos. Conoces cada defecto y virtud del de enfrente y con todo y con eso, no hay forma de evitar pensar en sus besos, sus labios, sus manos recorriéndote.

Y cuanto más conoces de él, más te emociona y más le deseas. Y cuanto más te da físicamente, más quieres saber de él, protegerle y cuidarle sin pedir lo mismo a cambio.

Amar conociendo los peligros, amar asumiendo los riesgos sin miedo, siendo consciente de donde se mete uno, porque el otro nunca le ocultó nada.
No trató de impresionar, sino que se mostró sin más: esto es lo que hay y así me amarás.

Imagina un amor donde la única condición es aceptar al otro como es no por resignación, sino porque lo que te llena hoy de él encierra también cosas menos bonitas, las mismas que estarán ahí mañana.

Una forma de querer clara, sin vendas.

Un amor consciente en los cinco sentidos.

Nada que se esfume cuando el efecto hipnótico haya pasado.

Un amor capaz de arrastrarte a lo más hondo y darte todo el aire para volver a respirar, así de brusco, pero sin ir a tontas y a locas.

Un amor con el que, a pesar de todo, seas capaz de amar.

Un amor que nunca se camufló, que siempre fue de frente.
Un amor sincero, al fin y al cabo.

Sin reparos

A veces me entran dudas sobre si te atraigo o sólo sientes un deseo incontrolable por protegerme.
 
Me ves débil, me ves inferior, como si necesitara una ventaja para estar siempre al ritmo del otro.
 
Me miras como a un pececillo frágil e indefenso, pero no lo soy.
 
Soy más fuerte de lo que nunca te imaginarías. Soy luchadora, tenaz y no dejo que me pisen nunca, aunque no digo que a veces no pase, pero nunca me dejo. Nunca
 
Crees que soy una niña buena, pero no confundas eso con la posibilidad de que abusen de mí.
No me creas inocente, ni tampoco derrotista, porque ante la mínima señal que me hagas, entraré al trapo como un toro y lucharé por lo que merezca la pena luchar. Incluido tú.
 
Déjame campar a mis anchas, déjame libre y disfrútame observándome, como si no me diera cuenta. Mírame de reojo cómo me coloco el pelo y si se te escapa una sonrisa, vuelve la cara para que no me percate.
 
Pero si quieres venir a por mí, arróllame con tu fuerza, derríbame si hace falta y no te preocupes por levantarme, que puedo yo sola.
 
No tengas reparos conmigo, porque no los quiero. Porque aprenderé a amar en la distancia, al saber que el premio llega al rozarte la piel, al hundir tus labios con los míos.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Tus errores y los míos

Te llevaste lo mejor de mí; al menos, lo mejor que podía darte en aquel momento.

Me dejas sin la inocencia primera, sin el pudor por causar buena impresión, sin la ignorancia de tantas cosas...pero te llevas también el miedo a no ser perfecta y la torpeza de los primeros pasos.

Fuiste testigo de mis fracasos, de mis nuevos deseos y de mis frustraciones. De mi resurgir y de ir apagándome poco a poco, marchitándome, muerta de sed.

Me dejaste enredarme en el acertijo de tu verdad, permitiendo que mis sesos no dieran más de sí y no encontraran salida posible del laberinto de tus sentimientos, a pesar de probar con mil combinaciones y no rendirme jamás.
Y sabías que no era posible salir. Que no había más respuesta correcta que la falta de amor.

Pero no me diste pistas, sólo me animabas a seguir intentándolo. Bastaba una sonrisa tuya para mover cielo y tierra y buscar el arreglo a esta historia, que yo cada vez veía más imposible.

Nunca me paraste los pies; me mostrabas una playa infinita y aún sabiendo que yo la recorrería, no me explicaste que no había mar por ningún lado. Que la playa no era más que un desierto con pequeños oasis ocasionales, pero poco más.
Te diste cuenta antes que nadie de que vivía en un sueño pero no me quisiste despertar. Y te odié por no haberlo hecho.

El tiempo pasaba y las fuerzas flaqueaban. Porque cada apuesta nueva exigía nuevas ilusiones y a mí se me iban gastando.

No entendía por qué te quedabas mirándome desde la silla como un juez de tenis, en lugar de bajar y acompañarme de la mano para aprender juntos. Y aún así, seguía peleando sola, esperando tu aprobación.

Poco a poco fui cuestionando tus formas, tus maneras, tus costumbres y empecé a verte menos perfecto. El enfado por tu falta de entrega hizo que empezara a mirarme a mí misma y ahí llegó la debacle.
No me reconocía. Ya no sabía quién era yo y no me gustaba la persona en la que me había convertido, disfrazándome de todas las formas posibles hasta dar con la que encajara contigo.

Revolví el cajón donde guardo mis años, mi memoria y recogí los retales guardados hace tiempo para hacerme el vestido que siempre soñé llevar. Me sentaba como un guante, todos lo decían, menos tú, que sólo advertías la diferencia entre una y otra, pero no te gustaba. 
No te gustaba la nueva, ni la última, ni recordabas por qué te gustó la primera. 

Con menos ganas que nunca por salvar lo nuestro, me dejé llevar por los cantos de sirena que venían de otro tiempo mejor. Y no quería dejar de oírlos.
Encontré de nuevo mi camino, el que tracé en el pasado y del que me salí, sin saber muy bien por qué.
Te alerté de que no había marcha atrás y te invité a caminar conmigo, pero con mi postura te lo puse más fácil que nunca. No estabas dispuesto a luchar por nada, cuando nunca lo hiciste.

Veías el final inminente, pero dejaste que pasara. Te dolía, pero me empujabas a seguir con mis propósitos. Querías ver hasta dónde era capaz de llegar y aún no he parado...

Pasado el tiempo me doy cuenta de mis errores, no sólo conmigo, sino contigo. Porque no hay culpables en esta historia, pero errores, cometimos unos cuantos. 
No era capaz de aceptarte, por mucho que pedía y exigía, yo no te quería tal cual eras, ni siquiera tal cual fuiste. 
Y no sé por qué me engañé a mí misma, ni de qué huía para que viera en ti la media naranja que nunca tuve.

Quizás te convertí en el mejor de mis deseos sin que tú lo pidieras y al despertarme, no fui capaz de asumir que eras uno más. Y me pasé la vida convenciéndote de que eras especial, único...cuando quizás sólo debía dejarte libre y ser tú: tan desastre, tan vacío de inquietudes, tan poco emprendedor, tan conformista...pero tú, al fin y al cabo.

Hoy sé que no necesito media naranja, sino que soy fruta entera y madura, y que el amor llegará libre y sin pretensiones. 
Y deseo que te aceptes como eres, ya que yo no pude. Y te gustes a ti mismo, aunque no estés de moda, aunque no cumplas con el perfil de ningún héroe de película, con tu simpleza, tu falta de deseo y tu conservadurismo.
Porque si algo he aprendido de todo esto, es que nadie tiene derecho a convertirte en otra persona que no seas tú. Ni siquiera uno mismo.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Con la osadía de describirte


Naciste para dar, para regalar, para donar, para entregar.

A veces pienso que no eras buen alumno porque ya estabas de vuelta de todo lo que te fueran a enseñar.
Sabías de disciplina, pero no te sometías a ningún método en clase e inculcaste el compañerismo allá en el grupo que caías.

Creo que si te hubieran dejado levantarte más veces de la silla, habrías aprovechado mucho más las lecciones que ahí postrado, en tu castigo de quedarte quieto en tu pupitre horas y horas. Aventuro que, de haberte dado alas para moverte libremente por el aula, habrías desbancado, incluso, al profesor de turno.

Porque tú ibas repartiendo saberes conforme pasabas cerca de alguien.

Inconformista, cuestionabas todo. Hasta a tu mejor amigo (un mejor amigo es con quien ibas al final del mundo, aunque tú no estuvieras de acuerdo) le contradecías si así tenía que ser.
Sólo eras fiel a ti mismo. A lo que pensabas.

No habrá quien falte a la hora de unir tu nombre a calificativos que todos quisieran tener para sí.
Cualquiera daría algo por oír un sólo elogio de los miles que te acompañan.

Porque naciste para soltar. No dejar indiferente a nadie

Allá donde vas haces amigos y causas admiración extrema.

Comienzan por reírse contigo, por pasarlo bien a tu lado y cuando se quieren dar cuenta, quieren pasar más tiempo junto a ti porque causas bienestar.
Después comprueban que los ratos sin ti no son lo mismo porque donde tú estás, hay una fiesta.
Cuando las circunstancias te alejan de ahí donde estuviste la última vez, la gente se da cuenta de que quedó marcada para siempre por ti. De que la huella que dejas es tan grande porque abarca mucho más que risas y buen rollito.

Reconocen que eres un ejemplo de trabajo, de conciliación, de ponerte en el lugar del otro, de ayudar y de no resignarte con nada. De exigencias, de ganas de ser mejor.
Y de ahí, a la admiración, un sólo paso.

No te faltará cara conocida que se alegre de verte allá donde estés.

Líder absoluto donde recaigas, coges las riendas siempre y tiras del carro antes de que la gente se percate siquiera de que había un carro.

Y no te cansas de hacerlo.

No te criaron para esperar que las cosas se pusieran a favor sin más, para recibir. Te educaron para afrontar lo más duro de la vida, te enseñaron a pelear por lo que importa y por eso sabes dejar rápido a un lado lo que no te interesa.
Porque todas tus fuerzas se dirigen a lo que de verdad tiene peso.

No sabes estar solo si no es para tomarte tu tiempo y volver con más ganas.

Todas tus acciones implican a un grupo de personas. Te encanta disfrutar con la gente y sabes hacerlo como nadie.
Y cuando te devuelven sólo un poquito, te llenas por dentro para seguir dando más de ti.

Basta una llamada para que acudan a tu encuentro batallones de personas que se sienten en deuda por lo que les diste una vez.

Pero a veces te olvidas de ti y ahí es donde te pierdes.
Buscas tu rinconcito particular, cuando te sientes solo a pesar de tener a una multitud queriendo estar a tu lado. Aun siendo feliz, aun recibiendo y dando tanto a los demás, sientes que te falta algo. Y lo reconoces como tu talón de Aquiles.

Sabes luchar hasta el final pero a veces te falta saber cuál es tu lucha. Sin tener claro tu objetivo, sitúas a los demás en su recorrido, los ayudas a orientarse y tú sigues tu camino, pero sin saber hacia dónde.

Y eres consciente de que nadie te puede ayudar ahí. Porque tú sólo necesitas saber cuál es tu meta. Tu fin primero, porque luego vendrán más.
¿Qué es la vida, sino perseguir sueños para luego disfrutarlos si se consiguen y volver a perseguir otros?

Eres líder para el resto, pero cuentas con la mayor de las humildades. Aunque a tu historia, que ya es grande a pesar de los pocos años que tienes, le falta un protagonista.

Sueña, pequeño; permítete soñar porque lucha y apoyos no te van a faltar.

Todo comenzó en un baile que no bailaron juntos


Ella nunca soñó con lo que se le vendría encima cuando le vio por primera vez, bailando cogido de la cintura de aquella pelirroja en la plaza del pueblo, aquella noche de agosto.
 
No imaginó que estaría atada a él para siempre, mas se abrazó así misma mientras le observaba, rodeando su propia cintura con los brazos, auto abrazándose.
 
Él advirtió la mirada de ella sobre sus pasos. Sus ojos quedaron fijos en la forma en la que él movía sus pies; tan ligeros, tan rápidos y tan delicados a la vez con su compañera de baile.
Siguió bailando, cerró los ojos e imaginó que era a ella a la que marcaba los pasos, a la espectadora, a la que lanzaba lejos y recogía de inmediato como un yo-yo. A la que dirigía con un leve golpe de muñeca. Pero abrió los ojos, la buscó y ella ya no estaba.
 
Paró la música y soltó a la muchacha del pelo cobrizo, como el suyo, para acompañarle hasta casa y dejarle con madre. Eran los dos únicos hermanos de los cinco, que compartían pecas, color rosado en las mejillas y tono de cabellera.
 
Paseó solo por las calles del pueblo buscando esos ojos tan oscuros y ese talle largo y esbelto, pero ella no estaba. Y no se sorprendió, porque pensaba en ella de una forma tan fuerte, que le sudaban las manos y preveía que si tenía una historia con ella, no sería de las fáciles.
Así que siguió paseando, mirando al cielo, mareándose buscando estrellas y se fue a dormir, pensando en ella.
 
La muchacha acudió al día a siguiente a la misa que daban en honor a la virgen patrona del pueblo. Llegó antes de lo habitual, le buscaba entre el gentío que se agolpaba a la entrada, pero no le vio. Y decidió renunciar por un día a toda Fe devota a su virgen. Pues si el deseo de verle no era concedido, no había creencia posible.
 
Caprichos de jovenzuela, se quitó la mantilla de la cabeza y huyó sigilosa hacia el campo.
Nadie advertiría su ausencia excepto su madre, pero ya bien empezada la homilía, cuando ya estaría tumbada sobre los paquetes de paja, dejándose calentar por el sol.
 
Y allí se volvieron a encontrar. Él llevaba empacando todo el verano y al verla llegar, pensó que era una alucinación fruto del calor que no daba tregua esos días. ¿Qué hacía una niña de clase media en el campo lejos de la Iglesia a esas horas?
 
Bastó una sola mirada para que fuera ahora él quien no pudiera dejar de observar cómo se le caía una y otra vez el mechón moreno sobre su frente, a pesar de la lucha de ella por mantenerlo a raya y sujetarlo tras la oreja.
 
Cuatro palabras, un encuentro nocturno secreto que se sucedería nueve veces más y ya eran novios formales.
Pasados los primeros nervios, las primeras ganas de causar buena impresión, la naturalidad iba abriendo paso y dejando llegar también a la confianza y a la calma de saberse libre en los brazos del otro, protegido como entre algodones.
 
Y cuando uno piensa que no puede aspirar a más, que se siente el ser más afortunado del mundo y que no puede ser más feliz, se trunca la vida.
Porque él ya sabía la noche del baile que las cosas buenas no son fáciles de llevar. Nunca lo habían sido.
 
Estalló la guerra el verano siguiente. Esa guerra que empezó como una lucha más de ideales, como un tira y afloja en una España donde el "qué te apuestas" y las controversias están a la orden del día y que duraría más de lo imaginable, esa guerra, los separó.
 
Él tuvo que huir, sus ideas no eran las correctas en la tierra donde vivía. Su bando estaba en la línea contraria y la opción era escapar o morir.
 
Escapó de la muerte, pero no volvió a sentirse vivo.
 
Ella se quedó sola, cuidando de los padres enfermos que él dejaba y renunció a su familia. Esa familia de buena posición, respetada en todo el pueblo y que contaba con los favores del bando que se estaba haciendo con el poder.
Y sufrió la peor de las suertes. Separarse de él no había sido más que el principio del calvario al que se enfrentaría. Ella no fue educada para sufrir por amor. Ella no sabía por qué la detenían y la metían en un calabozo mugriento, húmedo y atestado de otras mujeres.
 
Ojos morados, sangre seca en las narices, brazos rotos...el panorama escapaba a su entendimiento.
Se preguntaba qué delitos habían cometido esas mujeres para semejante castigo Y, sobre todo, ¿qué tenía ella que ver con todo aquello?
 
Esperaba con ansia que le llamaran para sacarla de allí, con la explicación lógica de que todo se debía a una confusión.
Y no pasó mucho tiempo hasta que llegó la celadora, la sacó de la celda y la sentó.
No iba a recibir ninguna explicación de por qué no volvía a casa ni tendrían en cuenta que ella les dijera que de no regresar, sus suegros enfermos no podrían tomarse el plato de sopa como único plato del día.
Sus lágrimas se esparcían por sus mejillas, igual que sus negros mechones. 
Esos mechones que ponían en serios aprietos a las tijeras de turno; un pelo tan fuerte, tan grueso...
Esos mechones, pasarían a mejor vida. Habían dado órdenes de pelarle la cabeza, como al resto de reclusas. En su nuevo destino ya había demasiadas chinches y piojos como para seguir alimentándolos.
 
Él se refugió en los montes de Extremadura. De su tierra, que ahora era ajena.
Y se dio cuenta de que no quería otra bandera que no fuera el vestido de ella, el que le quitó la última noche cuando se bañaron en el río bajo la luz de una luna inmensa.
No había más patria que el olor de su piel por la mañana ni otro himno que su voz pausada, cuando el placer estallaba en ella por dentro.
 
No había tarde que no la escribiera, al caer el sol. Cartas que no llegarían a ella pues sus señas ya no eran las de sus casa: celda nº tal, en el pasillo superior, Centro Penitenciario de Mujeres de Saturrarán, Guipúzcoa.
La sentencia lo decía claro: presa por estar relacionada con un individuo de ideas comunistas, con un rojo.
 
Dos años de penurias, de abusos, de pasar hambre, de ver muerte alrededor, de hacer amigas nuevas aunque no quisiera, porque sola no habría podido sobrevivir, amigas que se convertirían en familia eterna por compartir momentos de rabia, de dolor, de desesperación...momentos de pasarlas putas de verdad.
 
Dos años sin saber el uno del otro, pero con la fuerza que da seguir amando y no caer por la esperanza de reencontrase.
De resistir, porque conocieron un mundo mejor: el de las tardes de verano comiendo sandía, el de las confesiones en las esquinas, el mundo de las mañanas frías y la calidez de sus manos templando los rostros.
No sabían si ese mundo volvería. No sabían si se podía vivir de sueños, pero ambos eligieron confiar en que el otro también resistiera y por qué no, esperara.
 
Se cumplieron las penas: una, la de la cárcel; el otro, la del exilio. Y regresaron
Se reencontraron y no podían creer la suerte que habían tenido a pesar de lo sufrido, porque el único anhelo que les mantenía vivos, se había cumplido.
 
Él la vio por primera vez cambiada, pero no por su aspecto, que ahora era más delgado, demacrada y con el pelo raído. Sino porque ya no era una muchacha, sino la mujer que cuidaría de él y sus hijos. Ella se había convertido en su hogar.
 
Se cogieron de la mano y marcharon a Madrid. Ciudad grande, más oportunidades y trabajo para sacar adelante a los siete hijos que tendrían.
Sin soltarse, cayeron en un barrio de Vallecas, el Pozo del tío Raimundo y de ahí, se trasladaron a Pan Bendito. Primero una chabola, después una casa baja y luego el piso de protección del nuevo plan de urbanismo que se trazó para embellecer las barriadas a las afueras del centro de Madrid.
 
Él, cabeza de familia ya, enfermó. Durante 30 años convivió con el parkinson, pero por más que temblaba, su mano se agarraba fuerte a la de su morena, esa niña de bien que luchó por sus verdaderos ideales: amar hasta el final a quien la cautivó aquella noche bailando en la plaza de su pueblo.
 

jueves, 11 de septiembre de 2014

Pasión y ternura

Eres la mano cálida que me templa cuando siento frío.

La paz más absoluta cuando te tumbas a mi lado y me miras a los ojos. Cuando con tu voz tranquila, la que hace que tu boca se abra lentamente, consigues que todo a mi alrededor se pare.

Captas mi atención así, haciendo que mi entorno desaparezca y sólo me centre en ti.
Y entonces, todo cambia de repente. Porque poner todos mis sentidos en ti, teniéndote cerca, es la revolución de mi persona.

Me alborotas por dentro, las fuerzas escapan a mi voluntad y me atraes de una forma tan férrea que no puedo luchar por evitarte. La entrega es total, buscando saciarme.

Porque quedarme hipnotizada contigo, es crearme la necesidad de ti.

Desatas la guerra en mi interior para después ofrecerme la paz. La que sólo tú me das porque la revolución es sólo contigo.

Pasión y ternura; eso eres.
El algodón más delicado que se pueda imaginar y a la vez el tornado que todo lo arrasa, el que deja heridas de las que escuecen, las que sólo cura el algodón más delicado que se pueda imaginar.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Apocalipsis incompleta

Que caiga un aguacero y deje todos los campos inundados, echando a perder las cosechas de este año.

Que se agoten las ideas de los próximos genios que harán que este mundo progrese.

Que los malos humos contaminen todos los aires por respirar.

Que la inspiración se pierda por el camino y nunca llegue a los artistas.

Que se ahogue el quegío del último cantaor.

Que los pueblos ya no tengan encanto.

Que el Diablo se hinche a comprar almas.

Nada será peor que no tener tus brazos rodeándome esta noche, quedarme sin tus ojos que hablan solos o dejar de sentir tus labios sobre mi piel.

Que los colores pinten de odio las diferencias entre unos y otros.

Que las miradas sólo sirvan para ver.

Que la ternura, lo humano y la humildad se borren del diccionario porque caigan en desuso.

Que lo correcto gane a lo espontáneo.

Que el permiso se pida antes que el perdón.

Que lo establecido pueda a cualquier arrebato de pasión.

Que los besos se den al aire.

Pero que me queden tus palabras de ánimo, mis ganas de protegerte y cuidarte, tus lecciones diarias y tu olor en mis sábanas.