viernes, 14 de noviembre de 2014

Como un amor de verano


Igual que un amor de verano, cuando llega septiembre y tienes que separarte de esa persona que nunca más volverás a ver.

Una relación sin futuro. No puede ser.


Eres muy joven, tienes todo por delante y te separan de él 500 km.


Después llega octubre, compañeros nuevos y la vida sigue. Incluso puede que llegue Navidad y te des cuenta de que eres capaz de volver a sentir y de que la vida no se ha acabado, como pensabas entonces.


Y antes de febrero miras atrás y ya no hay dolor. Sonríes y te quedas con la buena experiencia que fue.


Hoy, no por amor, o quizás sí, según se mire; por una afición, por una profesión, me siento en el asiento de atrás del coche y me despido con lágrimas, desde la luna trasera, alejándome de algo que tantas cosas me ha dado en poco tiempo.


Con la misma triste sensación, convencida, de que no encontraré nada igual.

martes, 11 de noviembre de 2014

Mi casa

Eres mi casa

La habitación refugio cuando el mundo deja de ser un lugar donde vivir.

La cocina con guisos calientes que me sacia del hambre más hondo, el que se crea de aperitivos banales.

Eres el rincón del sofá que te atrapa y no te quiere compartir, sólo deja que le acoples una manta, a lo sumo.

El recibidor que te da el primer abrazo, cuando la jornada te expulsa arrastrando los pies, exhausta.

La mecedora que acuna mis sueños.

La bañera en la que me despojo de todos mis miedos mugrientos y me devuelve limpia al mundo para enfrentarme a ellos.

La cama que guarda tantos placeres.

Eres el techo que frena mi impaciencia, la que vuela de forma voluntaria ajena a todo control.

Y el suelo que me deja pisarlo fuerte, haciendo ruido, porque me has enseñado que hay que desgastar la suela, porque pasar de puntillas no deja huellas de ningún tipo, ni buenas ni malas.

Las ventanas limpias que me invitan a seguir mirando el mundo para que no me olvide de por qué lucho cada día.

La única casa que no entiende de mudanzas.

lunes, 22 de septiembre de 2014

¿Y si fuera así?

Imagina un amor en el que cabeza y corazón se ponen de acuerdo a partes iguales.
Un amor sentido, un amor sensato.

Son los más fuertes; cuando la razón te muestra sin tapujos lo que a veces el alma tapa, cuando no hay trampas ni dobleces y, aún así, amas como nunca habías creído poder amar, no hay fuerza que se le resista.

Porque no es un amor de arrebatos, ni de despechos. Conoces cada defecto y virtud del de enfrente y con todo y con eso, no hay forma de evitar pensar en sus besos, sus labios, sus manos recorriéndote.

Y cuanto más conoces de él, más te emociona y más le deseas. Y cuanto más te da físicamente, más quieres saber de él, protegerle y cuidarle sin pedir lo mismo a cambio.

Amar conociendo los peligros, amar asumiendo los riesgos sin miedo, siendo consciente de donde se mete uno, porque el otro nunca le ocultó nada.
No trató de impresionar, sino que se mostró sin más: esto es lo que hay y así me amarás.

Imagina un amor donde la única condición es aceptar al otro como es no por resignación, sino porque lo que te llena hoy de él encierra también cosas menos bonitas, las mismas que estarán ahí mañana.

Una forma de querer clara, sin vendas.

Un amor consciente en los cinco sentidos.

Nada que se esfume cuando el efecto hipnótico haya pasado.

Un amor capaz de arrastrarte a lo más hondo y darte todo el aire para volver a respirar, así de brusco, pero sin ir a tontas y a locas.

Un amor con el que, a pesar de todo, seas capaz de amar.

Un amor que nunca se camufló, que siempre fue de frente.
Un amor sincero, al fin y al cabo.

Sin reparos

A veces me entran dudas sobre si te atraigo o sólo sientes un deseo incontrolable por protegerme.
 
Me ves débil, me ves inferior, como si necesitara una ventaja para estar siempre al ritmo del otro.
 
Me miras como a un pececillo frágil e indefenso, pero no lo soy.
 
Soy más fuerte de lo que nunca te imaginarías. Soy luchadora, tenaz y no dejo que me pisen nunca, aunque no digo que a veces no pase, pero nunca me dejo. Nunca
 
Crees que soy una niña buena, pero no confundas eso con la posibilidad de que abusen de mí.
No me creas inocente, ni tampoco derrotista, porque ante la mínima señal que me hagas, entraré al trapo como un toro y lucharé por lo que merezca la pena luchar. Incluido tú.
 
Déjame campar a mis anchas, déjame libre y disfrútame observándome, como si no me diera cuenta. Mírame de reojo cómo me coloco el pelo y si se te escapa una sonrisa, vuelve la cara para que no me percate.
 
Pero si quieres venir a por mí, arróllame con tu fuerza, derríbame si hace falta y no te preocupes por levantarme, que puedo yo sola.
 
No tengas reparos conmigo, porque no los quiero. Porque aprenderé a amar en la distancia, al saber que el premio llega al rozarte la piel, al hundir tus labios con los míos.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Tus errores y los míos

Te llevaste lo mejor de mí; al menos, lo mejor que podía darte en aquel momento.

Me dejas sin la inocencia primera, sin el pudor por causar buena impresión, sin la ignorancia de tantas cosas...pero te llevas también el miedo a no ser perfecta y la torpeza de los primeros pasos.

Fuiste testigo de mis fracasos, de mis nuevos deseos y de mis frustraciones. De mi resurgir y de ir apagándome poco a poco, marchitándome, muerta de sed.

Me dejaste enredarme en el acertijo de tu verdad, permitiendo que mis sesos no dieran más de sí y no encontraran salida posible del laberinto de tus sentimientos, a pesar de probar con mil combinaciones y no rendirme jamás.
Y sabías que no era posible salir. Que no había más respuesta correcta que la falta de amor.

Pero no me diste pistas, sólo me animabas a seguir intentándolo. Bastaba una sonrisa tuya para mover cielo y tierra y buscar el arreglo a esta historia, que yo cada vez veía más imposible.

Nunca me paraste los pies; me mostrabas una playa infinita y aún sabiendo que yo la recorrería, no me explicaste que no había mar por ningún lado. Que la playa no era más que un desierto con pequeños oasis ocasionales, pero poco más.
Te diste cuenta antes que nadie de que vivía en un sueño pero no me quisiste despertar. Y te odié por no haberlo hecho.

El tiempo pasaba y las fuerzas flaqueaban. Porque cada apuesta nueva exigía nuevas ilusiones y a mí se me iban gastando.

No entendía por qué te quedabas mirándome desde la silla como un juez de tenis, en lugar de bajar y acompañarme de la mano para aprender juntos. Y aún así, seguía peleando sola, esperando tu aprobación.

Poco a poco fui cuestionando tus formas, tus maneras, tus costumbres y empecé a verte menos perfecto. El enfado por tu falta de entrega hizo que empezara a mirarme a mí misma y ahí llegó la debacle.
No me reconocía. Ya no sabía quién era yo y no me gustaba la persona en la que me había convertido, disfrazándome de todas las formas posibles hasta dar con la que encajara contigo.

Revolví el cajón donde guardo mis años, mi memoria y recogí los retales guardados hace tiempo para hacerme el vestido que siempre soñé llevar. Me sentaba como un guante, todos lo decían, menos tú, que sólo advertías la diferencia entre una y otra, pero no te gustaba. 
No te gustaba la nueva, ni la última, ni recordabas por qué te gustó la primera. 

Con menos ganas que nunca por salvar lo nuestro, me dejé llevar por los cantos de sirena que venían de otro tiempo mejor. Y no quería dejar de oírlos.
Encontré de nuevo mi camino, el que tracé en el pasado y del que me salí, sin saber muy bien por qué.
Te alerté de que no había marcha atrás y te invité a caminar conmigo, pero con mi postura te lo puse más fácil que nunca. No estabas dispuesto a luchar por nada, cuando nunca lo hiciste.

Veías el final inminente, pero dejaste que pasara. Te dolía, pero me empujabas a seguir con mis propósitos. Querías ver hasta dónde era capaz de llegar y aún no he parado...

Pasado el tiempo me doy cuenta de mis errores, no sólo conmigo, sino contigo. Porque no hay culpables en esta historia, pero errores, cometimos unos cuantos. 
No era capaz de aceptarte, por mucho que pedía y exigía, yo no te quería tal cual eras, ni siquiera tal cual fuiste. 
Y no sé por qué me engañé a mí misma, ni de qué huía para que viera en ti la media naranja que nunca tuve.

Quizás te convertí en el mejor de mis deseos sin que tú lo pidieras y al despertarme, no fui capaz de asumir que eras uno más. Y me pasé la vida convenciéndote de que eras especial, único...cuando quizás sólo debía dejarte libre y ser tú: tan desastre, tan vacío de inquietudes, tan poco emprendedor, tan conformista...pero tú, al fin y al cabo.

Hoy sé que no necesito media naranja, sino que soy fruta entera y madura, y que el amor llegará libre y sin pretensiones. 
Y deseo que te aceptes como eres, ya que yo no pude. Y te gustes a ti mismo, aunque no estés de moda, aunque no cumplas con el perfil de ningún héroe de película, con tu simpleza, tu falta de deseo y tu conservadurismo.
Porque si algo he aprendido de todo esto, es que nadie tiene derecho a convertirte en otra persona que no seas tú. Ni siquiera uno mismo.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Con la osadía de describirte


Naciste para dar, para regalar, para donar, para entregar.

A veces pienso que no eras buen alumno porque ya estabas de vuelta de todo lo que te fueran a enseñar.
Sabías de disciplina, pero no te sometías a ningún método en clase e inculcaste el compañerismo allá en el grupo que caías.

Creo que si te hubieran dejado levantarte más veces de la silla, habrías aprovechado mucho más las lecciones que ahí postrado, en tu castigo de quedarte quieto en tu pupitre horas y horas. Aventuro que, de haberte dado alas para moverte libremente por el aula, habrías desbancado, incluso, al profesor de turno.

Porque tú ibas repartiendo saberes conforme pasabas cerca de alguien.

Inconformista, cuestionabas todo. Hasta a tu mejor amigo (un mejor amigo es con quien ibas al final del mundo, aunque tú no estuvieras de acuerdo) le contradecías si así tenía que ser.
Sólo eras fiel a ti mismo. A lo que pensabas.

No habrá quien falte a la hora de unir tu nombre a calificativos que todos quisieran tener para sí.
Cualquiera daría algo por oír un sólo elogio de los miles que te acompañan.

Porque naciste para soltar. No dejar indiferente a nadie

Allá donde vas haces amigos y causas admiración extrema.

Comienzan por reírse contigo, por pasarlo bien a tu lado y cuando se quieren dar cuenta, quieren pasar más tiempo junto a ti porque causas bienestar.
Después comprueban que los ratos sin ti no son lo mismo porque donde tú estás, hay una fiesta.
Cuando las circunstancias te alejan de ahí donde estuviste la última vez, la gente se da cuenta de que quedó marcada para siempre por ti. De que la huella que dejas es tan grande porque abarca mucho más que risas y buen rollito.

Reconocen que eres un ejemplo de trabajo, de conciliación, de ponerte en el lugar del otro, de ayudar y de no resignarte con nada. De exigencias, de ganas de ser mejor.
Y de ahí, a la admiración, un sólo paso.

No te faltará cara conocida que se alegre de verte allá donde estés.

Líder absoluto donde recaigas, coges las riendas siempre y tiras del carro antes de que la gente se percate siquiera de que había un carro.

Y no te cansas de hacerlo.

No te criaron para esperar que las cosas se pusieran a favor sin más, para recibir. Te educaron para afrontar lo más duro de la vida, te enseñaron a pelear por lo que importa y por eso sabes dejar rápido a un lado lo que no te interesa.
Porque todas tus fuerzas se dirigen a lo que de verdad tiene peso.

No sabes estar solo si no es para tomarte tu tiempo y volver con más ganas.

Todas tus acciones implican a un grupo de personas. Te encanta disfrutar con la gente y sabes hacerlo como nadie.
Y cuando te devuelven sólo un poquito, te llenas por dentro para seguir dando más de ti.

Basta una llamada para que acudan a tu encuentro batallones de personas que se sienten en deuda por lo que les diste una vez.

Pero a veces te olvidas de ti y ahí es donde te pierdes.
Buscas tu rinconcito particular, cuando te sientes solo a pesar de tener a una multitud queriendo estar a tu lado. Aun siendo feliz, aun recibiendo y dando tanto a los demás, sientes que te falta algo. Y lo reconoces como tu talón de Aquiles.

Sabes luchar hasta el final pero a veces te falta saber cuál es tu lucha. Sin tener claro tu objetivo, sitúas a los demás en su recorrido, los ayudas a orientarse y tú sigues tu camino, pero sin saber hacia dónde.

Y eres consciente de que nadie te puede ayudar ahí. Porque tú sólo necesitas saber cuál es tu meta. Tu fin primero, porque luego vendrán más.
¿Qué es la vida, sino perseguir sueños para luego disfrutarlos si se consiguen y volver a perseguir otros?

Eres líder para el resto, pero cuentas con la mayor de las humildades. Aunque a tu historia, que ya es grande a pesar de los pocos años que tienes, le falta un protagonista.

Sueña, pequeño; permítete soñar porque lucha y apoyos no te van a faltar.

Todo comenzó en un baile que no bailaron juntos


Ella nunca soñó con lo que se le vendría encima cuando le vio por primera vez, bailando cogido de la cintura de aquella pelirroja en la plaza del pueblo, aquella noche de agosto.
 
No imaginó que estaría atada a él para siempre, mas se abrazó así misma mientras le observaba, rodeando su propia cintura con los brazos, auto abrazándose.
 
Él advirtió la mirada de ella sobre sus pasos. Sus ojos quedaron fijos en la forma en la que él movía sus pies; tan ligeros, tan rápidos y tan delicados a la vez con su compañera de baile.
Siguió bailando, cerró los ojos e imaginó que era a ella a la que marcaba los pasos, a la espectadora, a la que lanzaba lejos y recogía de inmediato como un yo-yo. A la que dirigía con un leve golpe de muñeca. Pero abrió los ojos, la buscó y ella ya no estaba.
 
Paró la música y soltó a la muchacha del pelo cobrizo, como el suyo, para acompañarle hasta casa y dejarle con madre. Eran los dos únicos hermanos de los cinco, que compartían pecas, color rosado en las mejillas y tono de cabellera.
 
Paseó solo por las calles del pueblo buscando esos ojos tan oscuros y ese talle largo y esbelto, pero ella no estaba. Y no se sorprendió, porque pensaba en ella de una forma tan fuerte, que le sudaban las manos y preveía que si tenía una historia con ella, no sería de las fáciles.
Así que siguió paseando, mirando al cielo, mareándose buscando estrellas y se fue a dormir, pensando en ella.
 
La muchacha acudió al día a siguiente a la misa que daban en honor a la virgen patrona del pueblo. Llegó antes de lo habitual, le buscaba entre el gentío que se agolpaba a la entrada, pero no le vio. Y decidió renunciar por un día a toda Fe devota a su virgen. Pues si el deseo de verle no era concedido, no había creencia posible.
 
Caprichos de jovenzuela, se quitó la mantilla de la cabeza y huyó sigilosa hacia el campo.
Nadie advertiría su ausencia excepto su madre, pero ya bien empezada la homilía, cuando ya estaría tumbada sobre los paquetes de paja, dejándose calentar por el sol.
 
Y allí se volvieron a encontrar. Él llevaba empacando todo el verano y al verla llegar, pensó que era una alucinación fruto del calor que no daba tregua esos días. ¿Qué hacía una niña de clase media en el campo lejos de la Iglesia a esas horas?
 
Bastó una sola mirada para que fuera ahora él quien no pudiera dejar de observar cómo se le caía una y otra vez el mechón moreno sobre su frente, a pesar de la lucha de ella por mantenerlo a raya y sujetarlo tras la oreja.
 
Cuatro palabras, un encuentro nocturno secreto que se sucedería nueve veces más y ya eran novios formales.
Pasados los primeros nervios, las primeras ganas de causar buena impresión, la naturalidad iba abriendo paso y dejando llegar también a la confianza y a la calma de saberse libre en los brazos del otro, protegido como entre algodones.
 
Y cuando uno piensa que no puede aspirar a más, que se siente el ser más afortunado del mundo y que no puede ser más feliz, se trunca la vida.
Porque él ya sabía la noche del baile que las cosas buenas no son fáciles de llevar. Nunca lo habían sido.
 
Estalló la guerra el verano siguiente. Esa guerra que empezó como una lucha más de ideales, como un tira y afloja en una España donde el "qué te apuestas" y las controversias están a la orden del día y que duraría más de lo imaginable, esa guerra, los separó.
 
Él tuvo que huir, sus ideas no eran las correctas en la tierra donde vivía. Su bando estaba en la línea contraria y la opción era escapar o morir.
 
Escapó de la muerte, pero no volvió a sentirse vivo.
 
Ella se quedó sola, cuidando de los padres enfermos que él dejaba y renunció a su familia. Esa familia de buena posición, respetada en todo el pueblo y que contaba con los favores del bando que se estaba haciendo con el poder.
Y sufrió la peor de las suertes. Separarse de él no había sido más que el principio del calvario al que se enfrentaría. Ella no fue educada para sufrir por amor. Ella no sabía por qué la detenían y la metían en un calabozo mugriento, húmedo y atestado de otras mujeres.
 
Ojos morados, sangre seca en las narices, brazos rotos...el panorama escapaba a su entendimiento.
Se preguntaba qué delitos habían cometido esas mujeres para semejante castigo Y, sobre todo, ¿qué tenía ella que ver con todo aquello?
 
Esperaba con ansia que le llamaran para sacarla de allí, con la explicación lógica de que todo se debía a una confusión.
Y no pasó mucho tiempo hasta que llegó la celadora, la sacó de la celda y la sentó.
No iba a recibir ninguna explicación de por qué no volvía a casa ni tendrían en cuenta que ella les dijera que de no regresar, sus suegros enfermos no podrían tomarse el plato de sopa como único plato del día.
Sus lágrimas se esparcían por sus mejillas, igual que sus negros mechones. 
Esos mechones que ponían en serios aprietos a las tijeras de turno; un pelo tan fuerte, tan grueso...
Esos mechones, pasarían a mejor vida. Habían dado órdenes de pelarle la cabeza, como al resto de reclusas. En su nuevo destino ya había demasiadas chinches y piojos como para seguir alimentándolos.
 
Él se refugió en los montes de Extremadura. De su tierra, que ahora era ajena.
Y se dio cuenta de que no quería otra bandera que no fuera el vestido de ella, el que le quitó la última noche cuando se bañaron en el río bajo la luz de una luna inmensa.
No había más patria que el olor de su piel por la mañana ni otro himno que su voz pausada, cuando el placer estallaba en ella por dentro.
 
No había tarde que no la escribiera, al caer el sol. Cartas que no llegarían a ella pues sus señas ya no eran las de sus casa: celda nº tal, en el pasillo superior, Centro Penitenciario de Mujeres de Saturrarán, Guipúzcoa.
La sentencia lo decía claro: presa por estar relacionada con un individuo de ideas comunistas, con un rojo.
 
Dos años de penurias, de abusos, de pasar hambre, de ver muerte alrededor, de hacer amigas nuevas aunque no quisiera, porque sola no habría podido sobrevivir, amigas que se convertirían en familia eterna por compartir momentos de rabia, de dolor, de desesperación...momentos de pasarlas putas de verdad.
 
Dos años sin saber el uno del otro, pero con la fuerza que da seguir amando y no caer por la esperanza de reencontrase.
De resistir, porque conocieron un mundo mejor: el de las tardes de verano comiendo sandía, el de las confesiones en las esquinas, el mundo de las mañanas frías y la calidez de sus manos templando los rostros.
No sabían si ese mundo volvería. No sabían si se podía vivir de sueños, pero ambos eligieron confiar en que el otro también resistiera y por qué no, esperara.
 
Se cumplieron las penas: una, la de la cárcel; el otro, la del exilio. Y regresaron
Se reencontraron y no podían creer la suerte que habían tenido a pesar de lo sufrido, porque el único anhelo que les mantenía vivos, se había cumplido.
 
Él la vio por primera vez cambiada, pero no por su aspecto, que ahora era más delgado, demacrada y con el pelo raído. Sino porque ya no era una muchacha, sino la mujer que cuidaría de él y sus hijos. Ella se había convertido en su hogar.
 
Se cogieron de la mano y marcharon a Madrid. Ciudad grande, más oportunidades y trabajo para sacar adelante a los siete hijos que tendrían.
Sin soltarse, cayeron en un barrio de Vallecas, el Pozo del tío Raimundo y de ahí, se trasladaron a Pan Bendito. Primero una chabola, después una casa baja y luego el piso de protección del nuevo plan de urbanismo que se trazó para embellecer las barriadas a las afueras del centro de Madrid.
 
Él, cabeza de familia ya, enfermó. Durante 30 años convivió con el parkinson, pero por más que temblaba, su mano se agarraba fuerte a la de su morena, esa niña de bien que luchó por sus verdaderos ideales: amar hasta el final a quien la cautivó aquella noche bailando en la plaza de su pueblo.
 

jueves, 11 de septiembre de 2014

Pasión y ternura

Eres la mano cálida que me templa cuando siento frío.

La paz más absoluta cuando te tumbas a mi lado y me miras a los ojos. Cuando con tu voz tranquila, la que hace que tu boca se abra lentamente, consigues que todo a mi alrededor se pare.

Captas mi atención así, haciendo que mi entorno desaparezca y sólo me centre en ti.
Y entonces, todo cambia de repente. Porque poner todos mis sentidos en ti, teniéndote cerca, es la revolución de mi persona.

Me alborotas por dentro, las fuerzas escapan a mi voluntad y me atraes de una forma tan férrea que no puedo luchar por evitarte. La entrega es total, buscando saciarme.

Porque quedarme hipnotizada contigo, es crearme la necesidad de ti.

Desatas la guerra en mi interior para después ofrecerme la paz. La que sólo tú me das porque la revolución es sólo contigo.

Pasión y ternura; eso eres.
El algodón más delicado que se pueda imaginar y a la vez el tornado que todo lo arrasa, el que deja heridas de las que escuecen, las que sólo cura el algodón más delicado que se pueda imaginar.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Apocalipsis incompleta

Que caiga un aguacero y deje todos los campos inundados, echando a perder las cosechas de este año.

Que se agoten las ideas de los próximos genios que harán que este mundo progrese.

Que los malos humos contaminen todos los aires por respirar.

Que la inspiración se pierda por el camino y nunca llegue a los artistas.

Que se ahogue el quegío del último cantaor.

Que los pueblos ya no tengan encanto.

Que el Diablo se hinche a comprar almas.

Nada será peor que no tener tus brazos rodeándome esta noche, quedarme sin tus ojos que hablan solos o dejar de sentir tus labios sobre mi piel.

Que los colores pinten de odio las diferencias entre unos y otros.

Que las miradas sólo sirvan para ver.

Que la ternura, lo humano y la humildad se borren del diccionario porque caigan en desuso.

Que lo correcto gane a lo espontáneo.

Que el permiso se pida antes que el perdón.

Que lo establecido pueda a cualquier arrebato de pasión.

Que los besos se den al aire.

Pero que me queden tus palabras de ánimo, mis ganas de protegerte y cuidarte, tus lecciones diarias y tu olor en mis sábanas.




viernes, 8 de agosto de 2014

Y aceptar que te vas

Cuando a uno le asaltan constantemente las dudas de si actúa bien o no, éstas se convierten en las responsables de las relaciones que se mantienen con la gente.
Estar en continuo desasosiego, es lo que provoca una acción u otra, con el único fin de encontrar la paz. De estar bien con uno mismo, aunque no con su conciencia.

Y pensando en ello, en lo actos que llevamos a cabo, para agradar a los demás sin descuidar la fidelidad a uno mismo, me pregunto: ¿hasta qué punto se le perdona todo a un amigo?.
La amistad, esa relación incondicional, que está por encima de cualquier otra, es lo más mágico que he podido experimentar. Un dar sin esperar nada, porque sólo te llena verle feliz al de enfrente. A ése que te da tanto sólo con estar ahí.

Pero llega un día en que te trata mal. Lo ha hecho otras veces, pero ahora te pega la patada porque ha llegado alguien nuevo a su vida. Y eso que tú no te muestras incompatible, ni le has dado a elegir.
Tú sabes que él puede aparecer con batallones de extraterrestres que serías capaz de aceptarlos, porque tu amigo es tu amigo; solo y con todo lo que él quiera acoplar a su mochila.
A pesar de las diferencias en gustos, en costumbres, en metas...eso que te une a él es único. Da igual su forma, de qué está hecho, o por quién pierde el culo ahora...el caso es que hay algo que hace que seáis indivisibles. O eso creías...

Y te duele que él te largue de su vida. Y te duele aún más que no tenga el valor de echarte, sino que te empuje hasta la puerta para que seas tú quien pise por última vez su felpudo. Te dicen que las cosas son así, y que cuando pasan, serán por algo. Pero que no se acaba el mundo por escoger caminos diferentes.
Y tú te devanas los sesos recordando en qué momento le insinuaste que tú querías coger otra senda...tú, que sabes que no llegará nadie como él para levantarte el ánimo, nadie como él para recordarte por qué eres capaz de conseguir lo que nadie logra, por qué siempre sales vencedora cuando crees que no puedes y hacerte ver por qué es importante también caer y aprender, y que no pasa nada por ello, porque él estaba ahí para apoyarte y ayudarte a salir a flote...pero ya no.

Caminos distantes, que nunca se cruzarán. Y de pronto, cambias tristeza por rabia y dudas de todo; si el sentimiento era mutuo, si lo veía igual, si él había puesto fecha de caducidad porque no concibe una amistad para siempre... Y duele. No sabes por qué, puesto que siempre fuisteis libres y nunca cuestionasteis vuestras formas de vivir. Se aceptaban y ya está y en el mejor de los casos, de coincidir, hasta se compartían.
Pero ahora te pide que salgas de su vida, te perfora por dentro y exiges una explicación. Esa razón que no buscabas para saber por qué eráis amigos es vital ahora para entender por qué no podéis serlo ya.

¿Qué otra fuerza es incompatible con uno de los sentimientos más sanos: el de hermano, con el que no compartes sangre, pero que tú has elegido porque tu vida pierde sentido sin él?.

Y te miras por dentro y piensas en ti, cuando antes nunca necesitaste hacerlo. Pero te duele tanto, que buscas en ti una razón, por si está en tu mano cambiar algo para que todo siga igual. Y duele aún más, cuando te das cuenta de que no. Porque él, simplemente, no quiere.

Y entonces maldices al amor, por destruir lo que teníais, la aborreces a ella, por no ser capaz de reconocer sus miedos y recurrir a todo tipo de invenciones para alejarte de él. Pero sabes que la última palabra la tiene tu amigo. Y que no hay más responsables.
Ahora, a quien nunca le exigiste nada, a quien no le pusiste condiciones, le quieres pedir que reflexione, que sea consciente y tome partido por quien nunca le falló, por quien nunca le hizo elegir. Te pones a la altura de quien os separa.

Pero él está cansado de pensar. No quiere complicaciones. Al fin y al cabo, será con una pareja con quien viva mañana, con quien forme una familia, con quien se retire de este mundo. Así lo establecen las reglas impuestas, tú no entras en sus planes de futuro.

Y te maldices ahora a ti misma, por haber creído en la magia, por pensar en los vínculos eternos, por haber dado todo a quien no lo merecía. Y con temor, piensas si pasará lo mismo con el resto, si se irán cayendo uno a uno cada sustento de tu templo sagrado. Y te hundes más.

Y es entonces cuando piensas si debes seguir siendo tú o empezar a renunciar a tu esencia, para conservar ese sentimiento que te llenaba desde pequeña.
Te cuestionas si dejar de ser tú es la llave para mantener a los amigos. Y te das cuenta de que es imposible; porque ellos llegaron sin que los buscaras y te eligieron por cómo eras. Pura, sin adaptaciones; sólo tú. Y cruzas los dedos y lo apuestas todo a una carta, porque esa firmeza, la de ser uno mismo, te lo traerá de nuevo a ti si te necesita y ve que nunca dejaste de ser tú. Que nada cambió y que sigues ahí, para perdonarle una y otra vez.

martes, 5 de agosto de 2014

No te anuncies

"...Yo no te busqué
y apareciste abriendo una ventana
como un vendaval
que trajo perfume a tierra mojada...."

Pro fin te encontré, ISMAEL SERRANO


No me preguntes si puedes darme un susto; no me tantees. No tengas miedo a mi reacción.
No dejes de ser tú.
Hazlo sin más.
Y ten seguro que te gritaré, podré enfadarme y arrugar el entrecejo mucho, mucho...pero sé que me espera tu abrazo, el que me calmará, tu risa, tu consuelo final y entonces desearé un susto cada día sólo por el premio que me espera después.

Haz callar las trompetas que anuncian tu llegada y entra sin pedir permiso, que si la presencia es tuya, no me da miedo.

Rompe el bando que habla de que aparecerás detrás de mí para besarme suavemente sobre el hombro.

Sé como las primeras gotas de lluvia que caen antes de que el cielo se ponga negro; adelántate, cógeme de la cintura y bésame antes de que decida si saludarte con dos besos o con uno en los labios.

Burla a los perros de la noche que te ladran cuando te acercas en sueños y me besas la frente.

Arriésgate, lleva la voz cantante y sigue sorprendiéndome, que tienes todos los perdones adelantados para equivocarte una y otra vez, aun sabiendo que acertarás siempre.

Y cuando te pierdas, confía en ti, que la luz aparecerá igual que se fue y te alumbrará para que llegues donde quieras ir. 
Y si quieres que siga ahí, no habrá monstruo que me haga huir. Te estaré esperando al final.

lunes, 28 de julio de 2014

Si lo que cuenta es la intención...

Una declaración de amor se hace cuando algo estalla por dentro y escapa a toda posibilidad de ser retenido. Cuando una espera empezar algo con alguien, o cuando no hay nada que empezar y quiere despedirse para ahogar toda ocasión de compartir instantes en su nueva vida.
En cualquier caso, una declaración de amor guarda siempre una intención.

Intención de lanzar la caña con el deseo de que algo cambie y resolver de una vez por todas si ha picado y eres correspondida.

Intención de apostarlo todo a un número para conseguir que sus caricias sean ahora sobre tu piel, que sus pensamientos acaben siempre con la imagen de tu risa, aunque su mente esté más ocupada en pensar si el euribor sube o baja o en cómo es posible que al Madrid se le volviera a escapar la Champions. Otra vez.

Intención de soltar eso que tienes en el interior porque te estaba comiendo por dentro, como esas bacterias del intestino que por más que ingieras, ellas quieren más y te destroza poco a poco. Y cuando lo das todo, cuando amas de esa manera, sólo quieres vomitarlo y liberarte para sentir alivio. Aunque para entonces, no te habrás dado cuenta de que la solitaria de tu estómago no era nada, comparado con el infierno al que te enfrentas ahora: el de esperar una respuesta. Su respuesta.

Intención de salir corriendo después de declarar tu amor. Porque una, a veces, se siente tan tonta y tan desnuda, que sólo quiere huir y evitar la vergüenza que sentirá si él la mira y le pregunta con sorna si de verdad creía que ellos tendrían futuro...

Intención de hacerle saber al otro que ha sido único para ti, que crees que nunca volverás a sentir esa complicidad que hay al miraros porque no hay otros ojos para verte por dentro como lo hace él contigo. Y él no te hace sentir avergonzada aunque te desnude el interior.

Intención de hacerle ver que basta un leve roce con su ropa para que tu piel se erice en pleno julio y sólo un beso para que ese olor te impregne por siempre e hiperventiles, aspirando hondo una y otra vez restos de su aroma para convercerte de que ese olor se desvanece y no es tan increíble como cuando te llegó por primera vez, pero es en vano. Ese perfume, el suyo, es sólo suyo y entonces no te queda más remedio que aceptar que eres olordependiente y que nunca te había pasado de ese modo. Así que, a la lista de cambios en tu persona, se suman ahora las adicciones que te provoca.

Intención de que te confirmen que todo forma parte de un hechizo porque te sientes totalmente entregada, ajena a tu voluntad.
Ya sólo piensas en su figura y en las prendas que le visten. Porque no hay camisetas ni vaqueros ni zapatillas que le queden mejor que a él. Porque no sabes lo que es dormir sin su "Buenas noches, descansa" porque no sabes levantar el día sin sus buenos días madrugadores ni su "jajajajajajaja" en el Whatsapp, que te dan más energía que la cafeína del café más potente del mundo. Su aroma, el del café, tampoco compite con su olor. Sólo deja un resquicio para imaginarte cómo será esa mezcla de perfumes de la mañana, cuando él te prepare el desayuno y lo degustes, cuando él sea el primer alimento que llevarse a la boca después de horas juntos de ayuno.

Intención de hacerle ver que te has cansado de ser egoísta y que deseas tanto compartir cosas con él que no crees que el día tenga suficientes horas ni el año bastantes días como para que dé tiempo a hacerlo todo.

Intención de saberte renovada, porque con él no existe el cansancio, porque te recarga las pilas más que el Sol. Que con él da igual si llueve, siempre que se puedan ver las gotas desde el otro lado de la ventana, a su lado.

A veces será con la clara intención de decirle que ha despertado algo nuevo en ti. Que quizás siempre estuvo ahí, pero narcotizado, sin la vana esperanza siquiera de que, algún día, esos pensamientos cobraran forma sentimental y sentido al conocerle, haciendo entender que el AMOR, con mayúsculas, existe y entonces....Ah! ¿qué mayor privilegio se puede esperar que sentir algo así?.
Quizás no sólo sentirlo; sino materializarlo. Pero entonces, todo estará por descubrir: ¿y si hay desencanto? Aún así, bendito sentimiento. Habrá merecido la pena.

Otras, en cambio, sin la intención de esperar respuesta, ni de empezar nada con esa persona, ni siquiera de salir corriendo...sólo con la idea de irse caminando despacio y desaparecer lentamente, como un pequeño punto en el horizonte.

Y si la intención es lo que realmente cuenta, que empiece entonces a contar.

lunes, 30 de junio de 2014

Pase lo que pase

Yo no te busqué. Yo no lo busqué. Pero llegó.
Y ojalá ese huracán de sensaciones hubiera pasado de lado, de puntillas, sin hacer ruido y muy rápido. Pero no.

Y no sé qué va a pasar pero me desbordo.

Te ignoré, miré para otro lado y luché contra lo evidente porque no podía ser verdad, no contigo. Pero dio igual.

Cada día deseaba con las mismas fuerzas que todo pasara y no fuera más que una confusión de emociones pero también deseaba tus buenos días y por qué no, alguna que otra confesión.
Porque siempre le pusiste coherencia a esto. Porque siempre le pusiste nombre y yo huía de toda etiqueta.

Y no sé qué va a pasar pero quiero tenerte cerca.

Empecé a contemplarte con los ojos cerrados, para no pensar, sólo sentir y entonces deseaba verte, escucharte para confirmar que no eras esa caja que guarda todo lo que un día anhelé, porque no podías ser tú.
A mí me esperaban otros sueños de los vividos; me esperaban manos fuertes, ojos penetrantes y brazos acogedores. Se reservaban para mí unos labios suaves, una voz capaz de hacerme estremecer al susurrarme, unas piernas que me llevarían al rincón compartido.
Pero cuanto más te veía, cuando estábamos en el mismo espacio físico, más peleaba por convencerme de que tú no estabas detrás de lo que mi imaginación alimentaba. Tú no podías ser, hasta que me di cuenta de que ya no era capaz de aguantarte la mirada.

Y no sé qué va a pasar porque tengo miedo.

Porque nunca me he enfrentado a algo así. Porque siempre había más peros que cosas que encajaran, y ahora, que sólo hago caso a las yemas de mis dedos y a mi piel cuando se eriza, sé que no hay sueño que no se cambie por mi realidad.

Y no sé que va a pasar pero no tengo prisa.

He paseado por las aceras que más luz me han dado, me he acostumbrado a encender farolas a cada paso que daba sabiéndome segura de mis conquistas.

Y ahora, cuando llegas tú, me desespero por lucharte porque todo lo que has hecho ha sido asomarte a mi ventana a oscuras, para decirme que da igual si es de noche o de día, si llueve o hace sol, porque lo que pasa entre tú y yo no entiende de adulaciones, ni de súplicas ni de rondas.

Tú vienes y no me intentas convencer de que esto es mágico, sólo abres tus manos y me enseñas la magia; sin trucos, sin tongo.

Y no sé qué va a pasar pero ya está pasando.

viernes, 30 de mayo de 2014

Retrato de una sonrisa

Dibujas con tu sonrisa el marco de todo lo que sueño ahora.
Es el límite que va cercando mis pensamientos, mis anhelos y mis días, en definitiva.
Esa sonrisa que a veces parece imposible porque tu semblante es serio de por sí. No hay más que mirar a tus ojos que tanto imponen, a pesar de lo pequeños que son, para tenerte el más absoluto de los respetos.
Tu mirada, un continuo desafío al mundo. Siempre preparado para retar o ser retado.
Esa mandíbula tan marcada de la tensión que acumula tu persona. Puro nervio, todo fibra, siempre así.

Pero de pronto, sonríes y todo se desvanece...
Aparecen bien juntos tus pequeños dientes tan opuestos a los de cualquier fiera. No intimidan, sino todo lo contrario.
Y tus ojos se hacen aún más pequeños, alargándose hasta las arruguitas de los extremos, que los rodean de una ternura inabarcable, invitándote a quedarte en ellos, a acomodarte y confiar de por vida en ellos.

Tu sonrisa...inconstante e intermitente, va marcando las lindes del camino que recorro, sin fin. La media sonrisa que no sabes si va a cerrarse o a abrirse del todo, que va y que viene, como la luz de un faro, me dirige para que no me extravíe, para que no me pierda en mis propósitos ni me confundan los elementos que salen a mi encuentro y me hacen dudar de si voy o no por el sendero acertado.

Esa sonrisa que me da alas para hacer y deshacer a mi antojo, porque me quieres libre, porque te gusto plena, llena de inquietudes y peleando por mis propósitos. Sabiéndote llave maestra para abrir todos y cada uno de mis candados y aún así, no me quieres enclaustrada.

Es tan especial, que sólo la brindas en contadas ocasiones, como si de un regalo se tratara cada vez que la das. Y yo, la espero al dormirme cada noche y sólo quiero que desaparezca porque selles tu boca con un beso, sólo por eso.

lunes, 27 de enero de 2014

TE INVITO


Te invito a que franquees esa puerta cargado de risas nuevas.
Te invito a que inundes cada poro de mi piel y que mi cuerpo sea declarado zona catastrófica.
Te invito a que traigas el verano cada noche a mi cama de otoño.
Te invito a que me vistas cada mañana con el tejido de tus besos.
Te invito a que entres sin llamar y a que nunca te marches; y si lo haces, que te vayas sin hacer ruido.
Te invito a que me demuestres que cada día tiene algo de festivo y que el calendario ni el tiempo entienden de pasiones.
Te invito a que me enseñes a contar las gotas de lluvia desde el otro lado del cristal.
Y no espero nada más, yo te invito.